A primera vista, Turquía e Israel no podrían ser más diferentes. Israel es pequeño, predominantemente judío y postindustrial; Turquía es grande, predominantemente musulmana y agroindustrial. Pero desde la perspectiva de la historia reciente, las dos naciones tienen mucho en común.
Israel es un país de judíos expulsados de Europa del este y central, de Rusia y de países de Oriente Medio. Los turcos descienden de los musulmanes otomanos expulsados del sureste de Europa y Rusia, así como de anatolios nativos. En ambas naciones, la religión – aunque no necesariamente su práctica – [tiene importancia] central para la identidad nacional. Por otra parte, la religión desempeña un papel importante en la política partidista de ambos países.
En ambas sociedades, la persecución religiosa ha reunido a diferentes poblaciones como miembros de la misma nación. La religión y la guerra también han desempeñado un papel de cohesión nacional, tanto para judíos como para turcos. Los judíos se congregaron primero para luchar contra el Mandato Británico, después por su supervivencia frente a los árabes palestinos.
Turquía presenta un caso similar. Incluso si la mayoría de los habitantes de Turquía fueran turcos nativos, casi la mitad de la población desciende de pueblos que escaparon de la persecución religiosa de Europa. Durante el declive territorial del Imperio Otomano, los musulmanes turcos y no turcos del sureste de Europa y Rusia huyeron de la persecución y se refugiaron en Anatolia (la Turquía moderna).
Entre estos inmigrantes había turcos, pero también musulmanes albaneses, bosnios, croatas, húngaros, tártaros, georgianos y del Cáucaso. Una vez en Anatolia, habiendo sido perseguidos a causa de su religión, los supervivientes musulmanes turco-otomanos se unificaron en torno a una identidad común turco-Islámica.
Tras la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, los inmigrantes musulmanes se unieron a los turcos para apoyar la campaña nacionalista turca de Mustafá Kemal Ataturk, con el fin de liberar Turquía de la ocupación aliada.
En ambos países, el papel de la religión a la hora de dar forma a la identidad nacional ha sido templada por el secularismo. La visión del primer premier de Israel, David Ben-Gurión, consistía en crear una identidad secular judía occidental que uniría a los judíos. A este respecto, practicar el judaísmo no era un requisito previo. Por ejemplo, Ben-Gurión veía la Biblia como un trabajo cultural e histórico, no como un códice religioso. Pero aún con todo, el hecho de que Israel fuera concebido como un estado en el que los judíos serían bienvenidos basado en su identidad religiosa puso limitaciones en última instancia al secularismo.
En Turquía, después de que Ataturk estableciera un estado secular en los años 20, mientras que el islam seguía siendo un vehículo importante para la identidad turca, la práctica religiosa per se perdió importancia en la vida diaria para muchos.
Ambos países tienen divisiones internas. Los fundadores de Israel eran de origen europeo sobre todo. Los niveles relativamente superiores de alfabetización y desarrollo socioeconómico – y el hecho de que los judíos ashkenazis llegaron al país en grandes cifras, superiores a las de los judíos sefardíes – sostuvo a la élite ashkenazim de Israel hasta bien entrados los 70.
Turquía también tuvo una dicotomía similar. Desde el principio, los turcos y otros musulmanes de las regiones más prósperas del Imperio Otomano en Europa – que habían dominado tradicionalmente el Imperio Otomano – disfrutaron de ventaja sobre los musulmanes anatolios. Los fundadores de la república, incluyendo al propio Ataturk, nacido en Salónica, eran originarios de Europa y Rusia. Y conformaron la élite dominante de Turquía hasta bien entrados los 60.
Estas élites gozaron de peso en el poder hasta que la democracia facilitó que la oposición a su ideología secular emergiera como fuerza política.
Hacia los 70, se había hecho evidente que la integración sefardí en la sociedad de dominio ashkenazi fallaba. La élite ashkenazi veía con condescendencia a la sefardí como no occidental y no acomodada a sus formas de vida religiosas tradicionales. Así que mientras la población sefardí crecía, desarrollaba sus propias estructuras de oposición poderosas, políticas y anti seculares. Un producto es el partido Shas, que hoy tiene 11 escaños en la Knesset.
También en Turquía, la reacción contra el secularismo tuvo un tono anti elitista. A este respeto, el ascenso de todos los partidos islamistas – el Partido de Salvación Nacional en los 70, el Partido del Bienestar en los 90 y el Partido Justicia y Desarrollo en el 2002 – tiene sus raíces tanto en el resentimiento político contra el elitismo como en el recelo rural anatolio contra el secularismo.
Tanto los judíos como los turcos fueron objeto de los designios europeos en la homogeneización religiosa del continente y, como estados-nación, ambos países tienen una relación compleja con Europa. Ambos experimentan tensiones entre secularismo y religión. Y este proceso, caracterizado por el anti-elitismo, ha conducido a la creación de partidos políticos de base religiosa.
En el mundo de Oriente Medio, fragmentado y rasgado por los conflictos, es refrescante descubrir que turcos e israelíes tienen realmente mucho en común.